Es un día lluvioso pero muy luminoso del final del verano.
Desde mi ventana diviso un estanque con espacios salpicados de hojas de nenúfares. Ovaladas manchas amarillentas que ahora parecen levitar sobre el pálido cielo y la turbia vegetación circundante. Las gotas de lluvia se expanden al fundirse en la superficie, deformando continuamente su reflejo.
Adoro los espejos de agua, hacen que el firmamento se mezcle con el suelo invirtiendo su orden natural.
Estamos en Giverny, en el jardín japonés donde Monet pintó sus famosos lienzos. Pero aquí la importancia no la tienen las flores, sino la luz …y el agua.
¿Te asomas conmigo?